sábado, 9 de enero de 2010

DERECHOS Y DEBERES EN LAS RELACIONES PADRES-HIJOS

Puesto que en la entrada anterior tratamos sobre la obediencia, es conveniente conocer lo que el Código Civil establece como derechos y deberes en las relaciones entre padres e hijos.
Los padres tienen la obligación de cuidar, alimentar, formar y educar a sus hijos e hijas hasta que son mayores de edad. Estas obligaciones no implican caprichos o privilegios especiales, estos son concesiones de los padres que deben estar en proporción con el comportamiento y la colaboración de los hijos e hijas en la vida familiar. Los padres no están obligados a dar a los hijos e hijas todo lo que piden, no serán mejores padres por ello. Ni es aconsejable que les regalen cosas superfluas que puedan justificar el tiempo que no pasan con ellos. No obstante sí deben darles lo esencial: cuidado, apoyo, afecto y normas que les conviertan en buenas personas, buenos ciudadanos y les posibilite un futuro.
Los hijos e hijas tienen el deber de obedecer y respetar siempre a sus padres. Esto lo deja claro el Código Civil. Además tienen la obligación de contribuir y participar en las responsabilidades de la vida familiar. No les ayudamos a hacerse personas maduras si la educación que les damos permite la desobediencia, la ausencia de responsabilidades y la falta de respeto a los propios padres y, por extensión, a los demás. Las normas del hogar deben ser puestas por los padres. Deben ser razonables, explicables y justas. Deben ser consecuentes con los valores y las expectativas familiares y sociales.
Esta es la responsabilidad de los padres y muchos tienen dudas sobre como desempeñar su papel. Se sienten coaccionados por sus hijos o hijas cuando intentan ponerles normas. Por un lado sienten perder la “amistad” y la confianza que tienen con ellos y, por otro, temen sus desproporcionadas reacciones. No es fácil esta tarea, pero no encontrarán a nadie que los sustituya. Mucho ánimo.

El CÓDIGO CIVIL español en su "TÍTULO VII. DE LAS RELACIONES PATERNO-FILIALES" dice lo siguiente:
Capítulo Primero. Disposiciones Generales
Artículo 154.
Los hijos no emancipados están bajo la potestad de los padres.
La patria potestad se ejercerá siempre en beneficio de los hijos, de acuerdo con su personalidad, y con respeto a su integridad física y psicológica.
Esta potestad comprende los siguientes deberes y facultades:
1. Velar por ellos, tenerlos en su compañía, alimentarlos, educarlos y procurarles una formación integral.
2. Representarlos y administrar sus bienes.
Si los hijos tuvieren suficiente juicio deberán ser oídos siempre antes de adoptar decisiones que les afecten.
Los padres podrán, en el ejercicio de su potestad, recabar el auxilio de la autoridad.
Artículo 155.
Los hijos deben:
1. Obedecer a sus padres mientras permanezcan bajo su potestad y respetarles siempre.
2. Contribuir equitativamente, según sus posibilidades, al levantamiento de las cargas de la familia mientras convivan con ella.

LA OBEDIENCIA Y LA DISCIPLINA, MEDIOS PARA CONSEGUIR UN FIN

Cuando se trata sobre estos temas corremos el riesgo de que algunas personas frunzan el ceño o arruguen la nariz. Pueden parecer conceptos pasados de moda y asociados a una educación autoritaria y anticuada. Cada vez es más frecuente que nuestros adolescentes y jóvenes, cuando el profesorado o sus padres les piden que cumplan una norma, respondan desafiantes cuestionando su cumplimiento: “¿Por qué tengo que hacer eso? Tú no eres nadie para obligarme”. En un primer momento, es necesario ofrecer razones sobre ello, pero después, aunque no se comprenda, también es razonable obligar a su cumplimiento, aunque le disguste al menor. Respecto a quién tiene la obligación de obedecer las normas, la legislación (Código Civil o Leyes de Educación) lo deja meridianamente claro: los menores. La obligación de los mayores es velar por la bondad y racionabilidad de las normas. Éstas no deben ser impuestas porque sí, sino porque son necesarias para velar por su seguridad y por su desarrollo personal. Como vemos, este es un tema complejo sobre el que necesitamos pensar y reflexionar para actuar con sentido común y, también, con firmeza.
En cualquier lugar en el que convivan muchas personas se necesitan normas para regular la coexistencia pacífica entre ellas. Los centros educativos como el nuestro, donde convivimos más de 600 personas, necesitan tener unas normas claras, para organizar la convivencia y para conseguir que el profesorado enseñe y el alumnado aprenda. No obstante, hay reglas que aprendemos sin apenas darnos cuenta y otras que nos resistimos a cumplir. Por ejemplo, nadie discute las normas que hay que seguir para conducir un vehículo, porque si no las seguimos el vehículo no se mueve, sin embargo, son más discutibles las normas de circulación e incluso a bastantes personas no les importa transgredirlas. Por consiguiente, a todas las reglas no les damos el mismo valor, unas nos parecen más importantes y otras menos necesarias.
Estas últimas normas, que consideramos menos necesarias, podemos saltárnoslas a la torera. Está claro que para muchas personas las normas, los deberes o las obligaciones no son motivos suficientes para actuar con arreglo a ellas y esto ocurre por diferentes razones. En primer lugar, porque parece que tenemos una tendencia natural a no seguir las órdenes, especialmente cuando se es joven. En segundo lugar, porque si no se cumplen las normas y no pasa nada, éstas pierden valor. En definitiva, las reglas nos pueden parecer adecuadas y razonables, pero éstos no son motivos suficientes para acatarlas. Un niño o una niña saben cuándo es la hora de acostarse, o de dejar el ordenador o la “pley”, o cuándo no pueden salir y, sin embargo, deciden hacer lo contrario de lo que está establecido.
Hay que obligar y exigir al niño o a la niña a que obedezcan normas razonables y justas impuestas legalmente por los padres, por la escuela o por la sociedad. La disciplina es necesaria para hacer que algo que cuesta mucho esfuerzo se convierta en una costumbre fácil de cumplir. Las normas son obligaciones que nos facilitan la convivencia, el esfuerzo, la colaboración con los demás y el autocontrol. Cuantos chicos y chicas fracasan en los estudios porque nadie les impone normas para estudiar en casa y les exige en clase. Hay padres que no desean contrariar a su hijo o hija y profesorado que no quiere problemas. No obstante hay que ver la obediencia como un paso necesario, pero superable. No tiene sentido la obediencia por sí misma, sino como medio para aprender a ser puntual, educado, estudioso o trabajador. Tengan en cuenta que las buenas costumbres que se aprenden con obligación, más tarde se elegirán con libertad.
Es absurdo que se rechacen las normas o la obediencia porque no nos motivan (escuchamos con frecuencia “es que no me apetece estudiar”), y mucho más cuando la alternativa es el capricho o cualquier deseo momentáneo. Motivar es enseñar que el esfuerzo merece la pena, aunque parezca contradictorio. Hay que inculcar a los chicos y chicas que estudiar merece el esfuerzo y el sufrimiento que cuesta, lo mismo que ser un gran deportista, músico o un experto en informática. Como todo lo que resulta duro o difícil de realizar, el estudio tiene que tener unas normas y unas obligaciones que los estudiantes tienen que cumplir. Y si no lo hacen tienen que comprobar su consistencia asumiendo las consecuencias de sus actos a través de la amonestación y penalización de su conducta, pero de esto trataremos en otro momento.

(Texto basado en las ideas de Victoria Camps que se pueden encontrar en el libro “Qué hay que enseñar a los hijos”, Editorial De Bolsillo. Imagen: Colegio Alarcón).
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